jueves, 10 de abril de 2014

Del cine como tirano y la literatura como Némesis

De las relaciones de hecho y derecho entre cine y literatura hay amplia bibliografía, de tipo cronológica, descriptiva, cuasi objetiva diría, por eso la mía será una postura tendenciosa que inclinará la balanza sobre uno de los platillos, y eso se los advierto desde el comienzo.

Hay innumerables películas basadas en libros, algunas de las más logradas son en mi opinión aquellas que se atienen al espíritu de la obra a veces sacrificando un poco la letra impresa en sentido literal, tal el caso de Psicópata americano, basada en la obra homónima de Easton Ellis y El festín desnudo, dirigida por el inefable David Cronemberg sobre libro de William Burroughs.


Desde el Frankenstein de James Whales, pasando por Psicosis, Cementerio de animales hasta llegar al terror tecnológico-pornográfico de Crash, el cine no ha dejado de darme gratos momentos de esparcimiento audiovisual.

Pero cuando confronto los libros que dieron origen a esas joyas cinematográficas con esas mismas joyas palidecen lánguidamente ante mis ojos. Diría que el cine, como arte temporal, es frívolo, opresivo y efímero en comparación con la letra impresa. El cine impone una estructura vertical de subjetividad que lo confunde con la objetividad, inexistente por cierto. Ya todos habrán llegado a la conclusión que la objetividad no existe, sino que es una subjetividad consensuada y aceptada tácitamente debido al lastre de los años.

El cine impone el ojo de la cámara como la visión omnipresente y multilateral de los hechos, cuando es la pobre visión de un ojo tuerto y unilateral que afecta directamente nuestras emociones de modo de instalarse más cómodamente en el punto neurálgico desde donde surgen la mayoría de las respuestas humanas a los estímulos: lo emocional.

Como lo emocional es el punto más tierno en donde es posible incidir en otro ser humano es también en donde se generan los atavismos, las ataduras y los más duros anquilosamientos comportamentales y de reacciones dirigiddas.

Esto se debe al lenguaje audivisual que se procesa con nuestro hemisferio lateral derecho y porque en general el cine, ya sea en casa o en salas, es una actividad social que genera una respuesta de grupo.

Por otra parte, la literatura, es una actividad por lo general solitaria, que exige una respuesta individual y subjetiva ante un estímulo que nunca deja de verse como individual y subjetivo. Es un tête à tête sin intermediarios ni mayores filtros que lo impregnen de pre-significados. Como arte temporal exige más tiempo, atención y memoria que la narración visual y exige la reflexión y la imaginación, siempre diversa y variopinta de los diferentes lectores. Es horizontal y liberadora. Exige el uso de ambos hemisferios cerebrales, el derecho, que trata con imágenes y emociones, pero también el izquierdo, que trata con palabras y razones.

Así como el cine es un camino de una sola vía con casi nulas posibilidades de retroalimentación por parte del receptor, la palabra impresa o tipeada es un camino de dos vías sin excepción, o sino será un callejón sin salida.

Ha habido algunos intentos, a mi entender, de suplir esta gran carencia del cine a través del multienfoque de una sola historia o la pluralidad de historias sobre un mismo hecho, o el uso de varias personas narrativas como la película alemana Corre Lola corre o las mexicanas El callejón de los milagros o Amores perros, tal vez tratando de bajar la cotización de un lenguaje que jamás reemplazará a la riqueza de recursos de la mente humana. 

Es mediante la confrontación con los libros originales que se notan más estas falencias. Y aunque siga prefiriendo las locaciones, la fotografía, la interpretación de Karloff y el goticismo general de la obra de Whales al ríspido romanticismo de Mary Shelley, bueno, tan sólo es una excepción.

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